Petrowskaja (Kiev, 1970) despliega a modo de mosaico familiar un árbol genealógico de un revuelto siglo XX sirviéndose de una gran cantidad de información: una búsqueda que pasó de la lista de teléfonos de Nueva York hasta la de Schindler, las narraciones y cuentos familiares; los archivos públicos, el google map, antiguas fotos y recetas; retazos de las memorias que volvieron.
"Un día, de pronto, los parientes -me refiero a los del pasado profundo- aparecieron ante mí. Susurraban sus buenas nuevas en lenguas que me sonaban familiares y pensé: con ellos haré que florezca el árbol familiar, supliré la falta, curaré el sentimiento de pérdida", escribe la autora sobre ese móvil interno y esa sensación de acostumbramiento a las ausencias que prevalece a lo largo del texto.
Varsovia, Kiev, Berlí­n, Moscú, Israel, el campo de concentración de Mauthausen en Austria, donde estuvo internado su abuelo, fueron las rutas del entramado familiar, centrada en recuperar la historia olvidada de su bisabuela, tal vez, Esther o Babushka, como la conocían. Aun así, Petrowskaja no se detiene en esa narración concreta, sino que deambula entre páginas y subtítulos por relatos y reconstrucciones históricas.
Por allí pasan sus bisabuelos que fueron de Kiev a Viena, pasando por Varsovia gracias a su trabajo como maestros de sordomudos, pero ante el nazismo huyeron de la ciudad. Mientras que otra rama de esta vasta familia se extiende hacia Odessa, donde un misterioso tí­o abuelo en 1932 cometió un atentado contra el agregado de la embajada alemana, que por poco resulta exitoso.
Este libro resulta un fragmentario viaje literario-biográfico entre dos culturas -la alemana y la rusa- que, por otro lado, resulta un ejercicio de catarsis de esta ucraniana de raí­ces judí­as que se mudó en 1999 a Berlí­n y es la primera en su familia en aprender alemán.
Fuente: Télam