Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
T : ¿Por qué pensás que los libros de Saer empezaron a leerse mucho más tarde de su publicación? Hasta mediados de los 80, era un escritor casi secreto.
LG : Porque eran otros los escritores que se leían. Después de (Julio) Cortázar creo que cuando se impuso, (Manuel) Puig dominó la escena literaria.
T : ¿Podría decirse que era un objetivista, que despreciaba o no sé si tanto pero seguro que no estaba interesado en el realismo mágico, qué era un lector de poesía, de Rulfo, Onetti, Faulkner? ¿Y qué formó parte de esos mundos?
G : Creó un mundo propio. Su tono poético siempre le impidió cualquier objetivismo. Es un escritor del río. En ese sentido es faulkneriano y onettiano. Por eso sus descripciones no son objetivas sino cargadas de detritus depuradas por una prosa límpida pero que se agita de un remolino a otro. Como es un gran escritor controla la corriente, no lo arrastra, no va a la deriva porque el controla el barco. A veces, en la calma chicha, como (Joseph) Conrad en La línea de sombra y de pronto sopla una brisa poética y Saer navega fluidamente.
T : Yo creo -alguna vez lo hablamos- que era un gran conocedor del mundo clásico. ¿Qué pensás al respecto?
G : Sus diarios de trabajo y sus ensayos, recuerdo haberlo comentado en una crítica, revelan a un escritor que confía en la lectura del ensayo, la poesía, y la literatura. En ese sentido, es un clásico.
T : ¿Se lo lee ahora como hace veinte años? ¿Qué habría cambiado?
G : Lo ignoro. Me costaría acertar con la edad de un lector de Saer que no pase por Puán o de mi edad, o diez o quince años menos que yo. Ojalá me equivoque. Saer exige un demorarse en la lengua, en la que él construye como ningún otro, la anécdota, de tal manera que la trama se entrama en su escritura y son casi inseparables. Su tiempo de escritura me suena a que es un poco ajena a lo que espera un lector actual. Pero su pregunta ya incluye el problema. No sé si los libros cambian en sí mismos, más allá de los estados de lengua de cada época determinada. Lo que cambia, si somos borgeanos y lo soy, son las maneras de leer. Vaya a saber qué destino le aguarda a los libros de Saer y de otros autores.
Fuente: Télam