Dicho encuentro ayuda a ir asumiendo, aceptando y buscando un sentido a la pérdida del cónyuge, a fin de seguir caminando con esperanza y en la alegría que nos da la fe. Es un espacio de escucha y de compartir, sobre todo, de escucha de la Palabra de Dios que siempre trae la novedad de la Vida nueva.
Existen amenazas para una viudez gratificante en el aburrimiento y el egoísmo; la bendición de Dios a las personas viudas trata de dirigir la mirada más allá de su dolor, hacia el amor y el servicio a los demás. La Iglesia pone ante las personas viudas un camino de santidad (Lumen Gentium 41), que es una continuación de la vocación al matrimonio (Gaudium et Spes 48), y espera de ellas un servicio especial (Apostolicam Actuositatem 4). Así lo enseña el Concilio Vaticano II.
No sucumbir a la tristeza y a la soledad es la consigna, sino transformar esos aspectos negativos en esperanza, oración, desprendimiento y gozo que nos da el Espíritu de Dios.