Bentley ingresó en la School of American Ballet a los diez años, y a los dieciocho en el New York City Ballet, dirigida por George Balanchine, donde bailó durante diez años hasta que una lesión la apartó de los escenarios. En la actualidad escribe sobre moda y danzas en diversos medios, además de adaptar esta obra al teatro.
Condenada desde el principio de los tiempos, la sodomía resiste en determinados cenáculos y se supone que la supuesta rendición, esa entrega de la que habla la autora del libro, es moneda corriente en un mundo donde los gays han conquistado derechos sociales que hasta mediados de los 60 del siglo pasado no hubieran siquiera soñado.
Bentley, sin embargo, está convencida que la suya fue una búsqueda espiritual que se materializó en un encuentro poco habitual, después de recorrer las paradas obligatorias en esa época: el sexo oral, el sexo de a tres (dos hombres o dos mujeres), la orgía, la orgía braille, el sexo pago y por fin, el matrimonio.
Hija de un matrimonio ateo, estudió las variaciones sexuales, los tipos de hombres, el sexo en Egipto, en Grecia, en Roma, en la América precolombina, el vicio inglés, que alcanzó su auge en el siglo XIX y el puritanismo incurable de su país. Supo también que la Biblia condenaba esa forma del fornicio.
"La dicha, como aprendí gracias a la sodomía, es una experiencia de la eternidad en un momento de tiempo real. La sodomía es un acto sexual donde la confianza lo es todo", escribe la protagonista. Y agrega.
"Esta es la historia de cómo llegué a experimentar -y a veces comprender- términos que aluden a la vida espiritual. He aprendido más sobre su significado y su poder por medio de la sodomía que de cualquier otra enseñanza (…) Entrad por la salida. Os espera el paraíso".
La señorita Bentley registra como taquígrafa los mejores momentos de esos días: la espera, la preparación, los trucos, los juegos, las prohibiciones. Y nunca, de ninguna manera, por más que el chiste salga fácil, se permite tratar la cuestión a la ligera, ni prohibir el acceso a ese supuesto Edén a los ateos irredentos.
Las cosas suelen terminarse, y un día, para ella, inesperadamente, se terminan: no es apatía, cansancio, falta de ganas, ausencia de placer. Entiende, sin querer o sin saber, que ninguna empresa en la que uno se embarca llega a buen puerto si no se considera la posibilidad que se termine. Y anda por el mundo como anda, lejos de la sexología para dummies.
Fuente: Télam