En la Capital Federal se trató de una derrota esperada después del resultado de la primera vuelta. Aunque cabe señalar que hace pocos meses atrás todos los portavoces gubernamentales sostenían que Mauricio Macri no podría ganar nunca debido al grado de oposición que generaba su nombre. En Neuquén también se trató de un triunfo anunciado del Movimiento Popular Neuquino a pesar del problema que le generó al Gobernador Sobich la muerte de un maestro como producto de una represión policial. Pero nadie podía pensar que Tierra del Fuego también iba a votar contra el candidato oficial, apoyado en un aparato político y en recursos inconmensurablemente superiores a los del ARI.
En todas estas elecciones no sirvió de nada el apoyo personal del Presidente a sus candidatos, ni los inmensos recursos puestos a su disposición desde el Gobierno nacional, las campañas de denigración del adversario casi sin precedentes en la historia política argentina o el enorme aparato político basado en el clientelismo y la compra de dirigentes orquestados desde la Casa Rosada.
La diversidad del origen político de los ganadores tiene, en cambio, un denominador común: todos derrotan al kirchnerismo. Esto parece marcar un punto muy preciso, la ciudadanía argentina ha dejado de creer en el mensaje oficial y la bonanza económica no es suficiente para arrimarles los votos necesarios a los candidatos gubernamentales.
Razones para ello no faltan. La crisis energética; la inflación creciente; la desaparición progresiva de muchos productos de consumo debido a la manipulación de los precios oficiales; la magnitud de la crisis social que el Gobierno no atina a resolver a pesar del crecimiento económico; la falta de seguridad personal y el crecimiento inusitado de la violencia y la delincuencia; la falta de respeto por las instituciones republicanas y la división de poderes; la agresividad del discurso oficial, con constantes alusiones al pasado y sin propuestas para el futuro; el escándalo de la política exterior construída con "cuentos chinos" y el apoyo a Chávez; el fracaso de la política agropecuaria en contraste con la fuerte demanda internacional de los productos de exportación argentina; la manipulación permanente de las estadísticas oficiales; las campañas de denigración a los opositores y de presión sobre los gobernadores y políticos provinciales; el colapso de los sistemas de transporte (falta de radares en los aeropuertos, congestión en los puertos, creciente deterioro de los ferrocarriles metropolitanos, los constantes problemas del tráfico urbano, la elevadísima tasa de accidentes carreteros y urbanos); el fastidio colectivo por los cortes de calles y por los actos de vandalismo de los grupos piqueteros tolerados o financiados por el Gobierno; la evidencia de la corrupción en los más altos círculos oficiales (los 500 ó 700 millones de dólares desaparecidos de la Provincia de Santa Cruz, las escandalosas concesiones petrolíferas en la misma provincia, el caso Skanska, la aparición de un paquete con más de 230.000 dólares en efectivo en el baño privado de la Ministro de Economía); son todos factores que contribuyen a explicar el cambio de orientación del voto ciudadano.
Este proceso de deterioro político que comenzó con la derrota del oficialismo en la Provincia de Misiones no hace más que agravarse de semana en semana, hasta opacar los triunfos que ha logrado en provincias como Corrientes, Catamarca, Río Negro o Santiago del Estero, donde pudo atribuirse los éxitos electorales de sus aliados radicales, o Entre Ríos, donde ganó su candidato atizando el fuego de un conflicto absurdo con Uruguay.
Y si hasta aquí la oposición no ha logrado plasmar una coalición o un entendimiento entre los distintos candidatos, está demostrando que aún así, dispersa y sin encontrar todavía una estrategia común para enfrentar al Presidente o a su esposa en las elecciones nacionales de octubre, puede limar seriamente el poder político de Kirchner y llevarlo a una derrota hasta hace poco impensable.
El desconcierto en los medios oficiales es evidente. Cuesta aceptar la evidencia de que ya no se cuenta con la confianza del votante; que la mentira sistemática, la denigración del adversario, la compra del voto y la presión y el control de la prensa, no son suficientes para conseguir los votos necesarios para conservar el poder. Cuesta entender que las encuestas cambian o que muchas veces sólo reflejan la opinión de quien las paga; que el apoyo popular, no siempre se compra, y que el día que se “da vuelta la taba” es muy difícil recuperar la confianza de la ciudadanía.
Pero Kirchner aún no está terminado. Todavía le quedan otras derrotas por delante (Santa Fe, Salta, quizás Córdoba) y algunos éxitos (San Juan, Chubut) antes de llegar a las elecciones nacionales de octubre, en las que el oficialismo cuenta con poder triunfar gracias a la dispersión de la oposición y a un presunto triunfo de tal amplitud en la Provincia de Buenos Aires que podría compensar cualquier derrota en el resto del país.
Además, haber sacado el 39% de los votos en la ciudad de Buenos Aires no deja de ser un buen resultado. Sólo que algo ha cambiado en el país, que el invierno se ha instalado y el proceso político está tomando un rumbo para muchos inesperado.
Las próximas semanas nos dirán si el de hoy fue sólo un “domingo negro” para el kirchnerismo o si marcó el comienzo de un fin que puede ser tan meteórico como fue su ascenso inicial.
Fuente: Adnmundo.com