El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, al referirse a los cuatro años de Obama en el poder, dijo que "se hizo mucho, pero admito que menos de lo que esperábamos".
La crítica de Rommey al presidente ha sido mucho más dura, casi descalificadora, pero en lugar de mirar el pasado reciente el candidato republicano puso el acento en el futuro económico, avanzando un programa que choca radicalmente con el de Obama en varias cuestiones.
A un mes de los comicios, las dos mayores preocupaciones de empresarios, clase media y trabajadoras de Estados Unidos se concentran en la cuestión fiscal y el gasto social que, en realidad, son dos caras de la misma moneda.
Estados Unidos se encontrará a finales de año ante una encrucijada de envergadura, algo que economistas y analistas políticos han definido como un "precipicio fiscal", un concepto que intenta traducir la gravedad y complejidad de la situación.
Es que si demócratas y republicanos no se ponen de acuerdo en una alternativa nueva, a partir de enero vence el plazo de vigencia de las monumentales reducciones fiscales introducidas por el ex presidente George W. Bush.
Pero junto con el final del recorte impositivo de Bush, extendido durante los dos últimos años por Obama, quedarán también sin efecto una serie de medidas de ayuda al empleo y de atención a los desocupados adoptadas por el actual gobierno.
Diversos ´think-tank´ y centros de estudios estadounidenses estiman que esto provocaría una caída del consumo equivalente a un 5% del PBI del país y crearía una situación recesiva que, inevitablemente, impactaría fuertemente en el conjunto de la economía mundial.
Así las cosas, lo único que está claro ahora es que hasta después de la elección presidencial no habrá movimiento alguno para evitar que esto ocurra, ni de parte del gobierno ni de la oposición.
Mientras tanto, las empresas, temerosas a que se produzca este "precipicio fiscal" a finales de año, no toman decisiones de inversión ni proyectan nuevos empleos, con lo cual la tasa de desocupación está apenas por debajo del 8% y la previsiones de crecimiento para 2013 no llegan al 3%.
Sin embargo, un número creciente de analistas piensan que la economía se está recuperando y que el obstáculo a un despegue en 2013 es fundamentalmente político.
Ayer, por ejemplo, se conocieron pronósticos de que el mercado inmobiliario ya ha tocado fondo e iniciado una reactivación, una visión que parece compartida por el J.P. Morgan que prevé que el año que viene la Reserva Federal incremente la tasa de interés, lo que significaría que la economía crece sin problemas.
En este contexto, ambos candidatos están planteando un programa económico parcialmente divergente en algunos puntos fiscales, absolutamente contrapuesto lo que hace al gasto social y convergente en la necesidad de bajar impuestos a las empresas como clave para alentar la recuperación.
Obama es partidario de terminar con la reducción de impuestos de Bush en lo que se refiere a las grandes fortunas, planteo en el que ha sido acompañado por el supermillonario Warren Buffet, y mantenerlas, previa discusión con los republicanos, para sectores medios.
Romney y el ala de extrema derecha republicana, el Tea Party, se niegan de plano a esta propuesta y proponen tapar el hueco fiscal que dejaría la falta de ingresos mediante la reducción salvaje de los gastos sociales: jubilaciones y pensiones y seguridad social (los planes Medicare y Medicaid).
Para Romney se trataría de acelerar el ritmo de la política de equilibrio fiscal, pero no especifica de qué manera lo haría, algo que sus detractores considera que encubre su voluntad de desmantelar los rasgos de Estado de Bienestar todavía vigentes en Estados Unidos.
Se trata de la misma política de austeridad sin cortapisas que Alemania está obligando a aplicar a los países europeos endeudados y en crisis, como Grecia, España, Irlanda o Portugal.
Así, mientras Obama es partidario de reducir el gasto militar, Romney propone llevarlo del actual 3% del PBI al 4%, lo que traería aparejado un brutal recorte del gasto médico, en ayudas alimentarias para los pobres, subsidios al agro, investigación y pensiones.
Nadie, en Estados Unidos, cree posible la aplicación de semejante plan de "guerra social", ni siquiera en que el Congreso apruebe medidas de semejante calibre.
Pero el punto en el que sí coinciden Obama y Romney es en reducir las tasas impositivas a las empresas, que son las más altas entre los países desarrollados.
Pero mientras el presidente quiere bajar la tasa federal del 35% al 28%, el candidato republicano propone reducirla al 25% sin especificar cómo equilibraría la falta de ingresos generada que, suponen sus críticos, lo haría reduciendo más gasto social.
Con el debate en este punto y los candidatos casi empatados después del primer debate perdido por Obama, es muy posible que la segunda ronda dialéctica entre ambos contendientes eche más luz sobre sus propósitos y termine de definir el voto del próximo 6 de noviembre.
Fuente: Télam